*Amézaga
Me alejo de algunos amigos que me
duelen. Me alejo de su hijo porque a ambos nos duele su recuerdo. Me alejo de
algunos escritores a los que admiro y cuya relectura me sigue impresionando,
quizá más de lo debido. Umbral, don Francisco, es uno de ellos, el principal en
mi acervo de estanterías con sobrepeso. Si dios se hizo verbo, Umbral es su
complemento directo. Un hombre, con sensibilidad de hombre, si es que tal cosa
existe. Atuendo de alta costura con palabras, que bien podía acabar en volantes
de seda o a cuchilladas a la altura de las rodillas. La sensibilidad masculina
es así, rompe lo que más quiere. Umbral jamás rompió una frase sin que te
quedaras con el corazón en un puño. Qué talento, y el talento de los demás,
depende de los días, me anima o me deprime. Umbral era único en la literatura,
en su prosa mágica de contundente realidad. Por eso, aunque tengo un libro
suyo, tentándome con su lomo ceñido, me resisto y me alejo. Me da miedo y me
duele un genio tan al alcance de la mano. Su literatura está llena de hallazgos,
cada pocas frases un ungüento prodigioso. Me alejo de los que me importan
porque me duele perderlos. Y he aprendido a que no hay remedio, al final los
pierdes. Umbral perdió a su hijo cuando éste era aún un niño. Siguió
escribiendo, ¿escribiéndole?, para recuperarlo. Sus memorias narradas como
quien tira del prepucio para atrás, estremecen con una poesía sin versos.
Umbral hablando de Baudelaire, “tristes jornadas del fantasma gris”; de Kafka, “el
inteligente cadáver”; de Cela, “tremedal caído”; de Cernuda, “corazón de ónix”;
de Picasso, “con sus garfios de navío”. La sensibilidad masculina sí que existe.
Viva el machismo.
Extraído del libro "Reloj de Arena".
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